miércoles, 5 de octubre de 2011

Lectura para recomendar


"Crimen y Castigo" de Fiodor Dostoievski

Por Analía Hernández

Leer una novela como “Crimen y castigo” es  zambullirse en la extraña y paradójica fascinación de la palabra cuando deja al descubierto estelas silenciosas. Una densidad de descripciones maravillosas sumen al lector en una callada vivencia, hermosa y callada experiencia lectora.  Por un lado, los diálogos de los personajes escriben la historia y el narrador acompaña ese dinamismo en un equilibrio perfecto y admirable, como por ejemplo, lo es este bellísimo pasaje:

La lucecilla que hacía rato empezara a consumirse en el candelero alumbraba vagamente en aquella mísera habitación a un asesino y a una prostituta, extrañamente reunidos para leer el libro eterno (pág. 325)

Y volviendo al silencio pensaba en esas palabras de Blanchot (1) “: una obra literaria es, para quien sabe penetrar en ella, una rica morada de silencio, una defensa firme y una muralla alta contra esa inmensidad hablante que se dirige a nosotros apartándose de nosotros” .  Y sí, porque esas palabras que construyen el objeto literario levantan una pared contra esas molestas interferencias (¿del crítico, quizás?)  para hablar por sí misma y de sí misma. Así, un lector que se queda en silencio, que transita por él  cabalgando la palabra literaria es, en definitiva, el lector de una gran obra, como esta.

Raskovnikov comete un crimen y sin embargo, el lector no queda aprisionado en las agallas del prejuicio. Lo magnánimo de esta novela es eso: hacer querible a un personaje que, sin embargo, ha transgredido las leyes penales y morales. El lector lo admira, lo sigue, desea verlo redimido de cualquier castigo porque lo ve y lo siente – a pesar de sus bajezas- como un hombre que está por encima de otros hombres, en la medida en que el delito le permite romper con las reglas que estos han fijado:


“Sencillamente, maté; para mí maté, para mí solo (…)Yo necesitaba conocer otra cosa, otra cosa empujaba mi brazo; yo necesitaba saber entonces, y saberlo cuanto antes, si yo era también un piojo, como todos, o un hombre. ¿Estaba facultado para transgredir la ley o no lo estaba? ¿ Era osado traspasar los límites y aprehender o no? ¿ Era yo una criatura que tiembla o tenía derecho? (415)

Cómo no recordar a Nietoschka Nezvanova, protagonista  de la novela homónima, que simbólicamente también puede ser sujeto de transgresión cuando entra a la biblioteca y toma para sí “los libros prohibidos”. Es en la transgresión donde estos  personajes de  Dostoievski pretenden  encuadrar en la teoría de seres extraordinarios, expuesta por Raskovnikov,  en la que los obstáculos por sortear son precisamente las normas impuestas:


"Yo me limitaba sencillamente a insinuar que los individuos extraordinarios tenían derecho (claro que no un derecho oficial) a autorizar a su conciencia a saltar por encima de… ciertos obstáculos, y únicamente en el caso en que la ejecución de su designio (salvador, a veces, acaso para la Humanidad toda) así lo exigiese" (pag 259).
¿Cuál es el verdadero castigo de este personaje tan emblemático si se quiere? Lo es ser diferente. Incluso cuando debe compartir la celda con hombres tan criminales como él, dice el narrador:
“En general, lo que más hubo de asombrarle fue el tremendo, insalvable abismo que había entre él y todos los demás. Parecíale como si todos ellos fueran de distinta nación. (pag. 534)


1)      Citadas por Jorge Larrosa en su artículo DAR A LEER, DAR A PENSAR... QUIZÁ...ENTRE LlTERATURA Y FILOSOFÍA

3 comentarios:

LEER PORQUE SÍ dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sergio Fassanelli dijo...

Esta novela me dio vuelta la cabeza
(suprimí el comentario anterior porque lo hice desde un blog que no correspondía)

Analía Hernández dijo...

A mí también. Es una novela increíble. Una maravilla de la Literatura