"Crimen y Castigo" de Fiodor Dostoievski
Por Analía Hernández
Leer una novela como “Crimen y
castigo” es zambullirse en la extraña y
paradójica fascinación de la palabra cuando deja al descubierto estelas
silenciosas. Una densidad de descripciones maravillosas sumen al lector en una
callada vivencia, hermosa y callada experiencia lectora. Por un lado, los diálogos de los personajes
escriben la historia y el narrador acompaña ese dinamismo en un equilibrio
perfecto y admirable, como por ejemplo, lo es este bellísimo pasaje:
La
lucecilla que hacía rato empezara a consumirse en el candelero alumbraba
vagamente en aquella mísera habitación a un asesino y a una prostituta,
extrañamente reunidos para leer el libro eterno (pág. 325)
Y volviendo al silencio pensaba en esas palabras de Blanchot (1) “:
una obra literaria es, para quien sabe
penetrar en ella, una rica morada de silencio, una defensa firme y una muralla
alta contra esa inmensidad hablante que se dirige a nosotros apartándose de
nosotros” . Y sí, porque esas palabras
que construyen el objeto literario levantan una pared contra esas molestas interferencias
(¿del crítico, quizás?) para hablar por
sí misma y de sí misma. Así, un lector que se queda en silencio, que transita por
él cabalgando la palabra literaria es,
en definitiva, el lector de una gran obra, como esta.
Raskovnikov
comete un crimen y sin embargo, el lector no queda aprisionado en las agallas
del prejuicio. Lo magnánimo de esta novela es eso: hacer querible a un personaje
que, sin embargo, ha transgredido las leyes penales y morales. El lector lo
admira, lo sigue, desea verlo redimido de cualquier castigo porque lo ve y lo
siente – a pesar de sus bajezas- como un hombre que está por encima de otros
hombres, en la medida en que el delito le permite romper con las reglas que
estos han fijado:
“Sencillamente,
maté; para mí maté, para mí solo (…)Yo necesitaba conocer otra cosa, otra cosa
empujaba mi brazo; yo necesitaba saber entonces, y saberlo cuanto antes, si yo
era también un piojo, como todos, o un hombre. ¿Estaba facultado para transgredir
la ley o no lo estaba? ¿ Era osado traspasar los límites y aprehender o no? ¿ Era
yo una criatura que tiembla o tenía derecho? (415)
Cómo
no recordar a Nietoschka Nezvanova, protagonista de la novela homónima, que simbólicamente
también puede ser sujeto de transgresión cuando entra a la biblioteca y toma para
sí “los libros prohibidos”. Es en la transgresión donde estos personajes de
Dostoievski pretenden
encuadrar en la teoría de seres extraordinarios, expuesta por
Raskovnikov, en la que los obstáculos
por sortear son precisamente las normas impuestas:
"Yo me limitaba
sencillamente a insinuar que los individuos extraordinarios tenían
derecho (claro que no un derecho oficial) a autorizar a su conciencia a saltar
por encima de… ciertos obstáculos, y únicamente en el caso en que la ejecución
de su designio (salvador, a veces, acaso para la Humanidad toda) así lo
exigiese" (pag 259).
¿Cuál es el verdadero castigo de este personaje
tan emblemático si se quiere? Lo es ser diferente. Incluso cuando debe
compartir la celda con hombres tan criminales como él, dice el narrador:
“En general, lo
que más hubo de asombrarle fue el tremendo, insalvable abismo que había entre
él y todos los demás. Parecíale como si todos ellos fueran de distinta nación. (pag.
534)
1) Citadas por Jorge Larrosa en su artículo DAR A LEER, DAR A PENSAR... QUIZÁ...ENTRE
LlTERATURA Y FILOSOFÍA
3 comentarios:
Esta novela me dio vuelta la cabeza
(suprimí el comentario anterior porque lo hice desde un blog que no correspondía)
A mí también. Es una novela increíble. Una maravilla de la Literatura
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