Y es cierto. Podemos hacer uso de la lengua, comunicarnos fluidamente, sin tener necesidad de saber si un sujeto es compuesto o cuál es el predicativo en una oración. ¿No es cierto?
Hasta ahí todos coincidimos. Del mismo modo, yo puedo manejar mi coche sin tener que saber necesariamente cómo funciona el carburador o cuál es la bomba de agua.
Sin embargo, si mi
vehículo se rompiese, y yo tuviera conocimientos de las partes que conforman mi
auto, quizás podría salir bien parada de la situación adversa, como bien podría
salir –por ejemplo- un mecánico a quien se le quedó el auto en la mitad de la
avenida. A mí no me quedaría otra opción que llamar al auxilio. ¿O no?
Lingüísticamente sucede lo mismo. El análisis sintáctico es
sólo una parte del conocimiento gramatical para el cual, estudiamos las partes
que componen la oración (como objeto abstracto de la lengua) y cómo funcionan.
¿Y para qué me sirve?
De la misma manera que le
sirvió al mecánico saber las partes y el funcionamiento del automóvil para
repararlo y seguir camino, a nosotros- teniendo el conocimiento sintáctico-
podemos reflexionar activamente sobre la lengua para aprender a solucionar cuestiones
de sentido, ambigüedades, concordancia y hasta muchos problemas de puntuación,
sobre todo en géneros discursivos complejos como el académico o el literario.
Es sólo voluntad de ponerlo en
práctica, ver ese funcionamiento en los textos y así encontrarle el verdadero
sentido y utilidad.
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