En más de una oportunidad me han preguntado por qué nuestra
materia cambió su nombre, esto es, de conocerse como “Lengua” pasó a
denominarse “Prácticas del lenguaje”. Si uno analiza los programas de estudios
a la luz de esta nueva concepción, nos encontraremos con que el contenido (qué
enseñamos) es prácticamente similar en ambos casos, mientras que lo que varía
es más bien el enfoque que se le da a ese contenido y por ende, también a la
metodología (cómo enseñamos).
Pero antes de comenzar con esta cuestión es necesario hacer
hincapié en un tema no menor, ya que tiene estrecha relación con lo anterior.
En primer término, ¿es lo mismo hablar de “lenguaje” que de “lengua”? Responder
esta pregunta nos conduce necesariamente al teórico Fredinand de Saussure
(1993; 116) quien entendía que el lenguaje era un todo heterogéneo constituido
por la lengua y el habla, concebida la primera como “un
fenómeno semiológico”, es decir, como un sistema de signos que “permite a un sujeto comprender y hacerse
comprender”, pero siempre al margen de los fenómenos que conciernen al uso, sus
variantes, etc. y que el autor relega al campo del habla como una forma de
delimitar su objeto de estudio. Esa fue la manera en que también fue abordado
en nuestra educación formal durante mucho tiempo, donde hablar de “lengua” implicaba suponer la enseñanza haciendo foco en el código, en las
relaciones de sus elementos constitutivos, etc. independientemente del uso. Esto implicaba planificar actividades que
tuvieran que ver con la clasificación semántica de palabras, análisis
sintáctico, y otras que se convertían en ejercicios aislados, separados de la
situación comunicativa, esto es, de una situación comunicativa concreta.
Por otro lado, entender la enseñanza de nuestra materia
desde “las prácticas del lenguaje” supone un alcance mayor que no finaliza con
el mero conocimiento de las reglas que conforman el código sino con la manera
en que se utiliza ese código en distintas prácticas discursivas. Por ejemplo,
se parte de diferentes situaciones comunicativas y se reflexiona sobre cómo se
utiliza la lengua allí y a partir de ello se reformulan las reglas en cuestión.La pregunta crucial al respecto es: ¿este cambio de enfoque contribuyó a mejorar las competencias lingüísticas de los alumnos en la escuela media? Y quiero detenerme en este punto: considero que es de suma importancia concebir el objeto de estudio a la luz de otra mirada, más concreta, abierta y necesaria. Sin embargo, mientras las metodologías sigan siendo estructuralistas o sólo pongamos en contacto a los alumnos con géneros discursivos informales, nada habremos avanzado. Se ha llegado al extremo –en muchos casos- que ante este nuevo enfoque de “prácticas del lenguaje”, la gramática y la normativa han sido relegadas a un segundo plano. Y aquí es cuando caemos en la trampa. Enseñar nuestra materia en un marco de usos lingüísticos no significa desmerecer el valor que tiene la normativa y todos los aspectos de la lengua, sino concebir a estos últimos como un elemento importante que regulará esos distintos usos.
Por último, quiero destacar que focalizar en la dimensión social del uso de la
lengua permite dar cuenta más bien de cómo el alumno lee, habla y escribe. Ignorar este horizonte es ir por el camino errado. Es necesario también poner en contacto a los alumnos con géneros discursivos sobre todo formales -como el académico- que será crucial para abrirle paso
a la universidad y a la vida profesional.
De Saussure, Fredinand (1993 Curso de Lingüística
General [1919], trad. Mauro Armiño,
Buenos Aires, Planeta- Agostini
1 comentario:
Me encantó la manera de cómo se explica el cambio de la materia, de como pasa a llamarse prácticas del lenguaje.
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