martes, 19 de septiembre de 2017

La representación de la otredad: imagen del docente y del alumno

Después de leer las anotaciones de la docente Eladia vino a mi mente una lectura del libro de Rafael Echeverría  “La ontología del lenguaje” (2011) porque allí habla justamente de los juicios. No quería dejar de citar este apartado que me parece pertinente para abrir el análisis sobre los juicios de valor:

“Con ellos (los juicios) creamos una realidad nueva, una realidad que solo existe en el lenguaje. Si no tuviéramos lenguaje, la realidad creada por los juicios no existiría (…) No describen algo que existiera antes de ser formulados. No apuntan hacia cualidades, propiedades, atributos, etc. de algún sujeto u objeto determinado. La realidad que generan reside totalmente en la interpretación que proveen. Ellos son enteramente lingüísticos.”(pág.110)

Y me quedo con estas dos frases: si no tuviéramos lenguaje, la realidad creada por los juicios no existiría” y La realidad que generan reside totalmente en la interpretación que proveen” para ilustrar los ejemplos.

Que un boliviano sea descripto como “trabajador pero sucio” o que el paraguayo “molesta” parten de un juicio de alguien que, al proferir dicho juicio, está creando una realidad y con esto, le da un estatus de verdadero. Sin embargo, siendo un juicio (y por lo tanto una interpretación) su realidad es insustancial: sabemos que cambiándolo, cambia la realidad y nuestra única certeza es que nada es verdadero.

No es mi intención entrar en un terreno filosófico, pero estimo que esa estigmatización que hace, en este caso, el docente del otro no tiene razón de ser (como tampoco la que pudiera hacer el alumno para con el docente), porque estaría partiendo de una interpretación de la realidad y no de la realidad misma. Como diría Nietzsche, “la existencia humana representa un desafío por definir aquello a lo que se confiere valor”. Y es cierto, somos seres que estamos permanentemente evaluando.

En consecuencia, llevado al plano escolar, es imposible que esto no suceda. El docente lleva adelante sus prácticas inmerso en un mar de preconceptos, prejuicios y representaciones como muy bien lo ilustra Carina Kaplan en su artículo “Buenos y malos alumnos”, citando a Tenti:

“El docente construye representaciones acerca de sus alumnos a partir de las propiedades que “objetivamente” los caracterizan, pero estas representaciones simbólicas no son una simple constatación de las mismas ya que en la construcción de representaciones interviene la subjetividad del maestro, o sea, su propio sistema de predisposiciones y esquemas de percepción y valoración que son el resultado de toda su experiencia vital previa” .

El docente, entonces, empieza por “etiquetar” a sus alumnos a partir de ciertas estructuras mentales propias que Bordieu llamaría “habitus”(1).

De las citas seleccionadas deseo sacar en limpio dos cuestiones (aunque hay muchas más). Por un lado,  la dicotomía entre lo correcto e incorrecto medido por el nivel social del otro y en segundo lugar, (y vinculado con lo anterior) las relaciones de poder entre docente y alumno,  como diría Bixio, de “dominación simbólica” (2).

En tanto, en los ejemplos vistos, hay una clara distinción entre lo normativo y lo incorrecto, lo que pertenece a la escuela y lo que no, respectivamente. Y por otro lado, encontramos al alumno “etiquetado” por su lugar de origen, etiquetamiento  que observa Carina Kaplan en su artículo:

“Para alguno de estos (los maestros) las dificultades que presenta el alumno en su aprendizaje pueden atribuirse, en parte, a su pertenencia de clase”.

A partir de allí, el docente tiende a evaluar desde el lugar de poder que le otorga su práctica y como señala Bixio en su artículo: “los agentes educativos, aun sin desearlo, e incluso sin saberlo, se erigen en delegados autorizados de un determinado grupo social cuya semiótica privilegiada y privilegiante impone”.

Estas cuestiones se sintetizan muy bien en el siguiente registro de Eladia que hace  un docente: el alumno se identifica con la cumbia villera y la escuela debe estar aparte de eso, a mi hijo en un tiempo se le había dado por escucharla y se lo tuve que prohibir terminantemente.” .

Aquí tenemos  un adulto que ejerce su poder prohibiendo un producto lingüístico que considera de una clase social que no es a la que él pertenece (la de la cumbia villera), pero a su vez porque no está legitimada por la escuela y como tal es incorrecta.

Por otro lado, la siguiente cita: “El lenguaje que utilizan es un código de la calle, no el correcto, parece que hablamos idiomas distintos”,  entraña una vieja dicotomía entre la oralidad y la escritura, en la cual esta última estaría –en la representación del docente- ligada a lo correcto.

Boudieu diría al respecto: “es muy posible introducir en la oposición entre lo escrito y lo oral una oposición que es clásica entre lo distinguido y lo vulgar, lo sabio y lo popular, de manera que resulta muy probable que lo oral lleve aparejada toda una atmósfera populista” (pag. 121)

Lo que dejan traslucir estas citas es un divorcio cada vez mayor entre el docente y el alumno, tal vez motivado por una crisis lingüística que, como dice Boudieu, no puede separarse la crisis escolar. No estamos hablando de una ingenua relación de comunicación sino, como diría el autor mencionado, “la relación de comunicación no es una simple relación de comunicación, sino también una relación económica en la cual está en juego el valor del que habla”.

En tanto, el docente como autoridad legítima dentro del marco escolar asume su papel de portador de un capital lingüístico (3) que circulará en las situaciones de dominación lingüística como, según Bourdeu, son las situaciones oficiales (4), conformes a las leyes del mercado que provocan muchas veces, según el autor, censuras o silencios (5)

En esta circunstancia, la relación de dominación no puede estar exenta de tensiones. Como señala Bixio:      toda dominación implica resistencia, la comunicación no puede ser sino considerada como un espacio de tensiones”. En esa interacción no sólo se pone en juego la palabra sino también  “el valor del que habla”. Y dentro del marco escolar es el docente el que legitima un discurso y lo impone. A tal punto que puede incluso decidir qué es bueno o malo para el otro, como se ve en esta cita de Eladia:

Sí, lamentablemente tienen ídolos negativos, yo luché para que sacaran una lámina gigante que habían realizado los chicos utilizando imágenes de Los pibes chorros, era hermosa, pero perniciosa para ellos.”

Creo, desde mi humilde parecer, ateniéndonos a la situación escolar, estas tensiones entre docente-alumno donde se pone de relieve el lenguaje siempre existieron. Fue siempre la escuela la que se ha erigido como el agente que impone el lenguaje estándar, el oficial, el de las instituciones. Es posible que este lenguaje “choque” con el de la cumbia villera, por ejemplo, que trae el alumno. Pero es la función de la escuela transmitirle  a este, quizás desde otro lugar, que esa lengua que parece imponérsele es la lengua que lo integrará y no la que lo excluye. Pero también el docente tiene que generar un cambio en sus preconceptos.

Por otra parte, hay que señalar que en otros tiempos, aquel que ingresaba a la escuela deseaba apropiarse de esa lengua legitimada por la institución escolar porque sabía que esa era la oficial y que tener competencia en esa lengua lo integraba socialmente. Hoy es distinto. El docente no es para el alumno ni para los padres ni para casi nadie una “autoridad -creencia”. Convengamos que la escuela cumple otros roles sociales. Y creo que acá reside el tema. Diría Bourdeu:

“para que funcione el discurso profesoral común, que se enuncia y recibe como algo natural, se requiere una relación de autoridad –creencia, una relación entre el emisor autorizado y un receptor dispuesto a recibir lo que aquel dice, a creer que merece la pena decirse.”

Aunque resulte  escéptica mi visión, no creo que esto sea factible en la escuela de hoy.  El receptor (en este caso el alumno, como el que recibe el discurso legitimado de la escuela) por distintas cuestiones que son complejas y polémicas, en realidad, muchas veces no está dispuesto a recibir. Se resiste y no creo que sea sólo por pertenencia a su determinada lengua y/o cultura. Hay cuestiones de política de Estado también, que abrirían otro debate.

 

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1)       “Estructuras mentales a través de las cuales aprehenden el mundo social, hacen que los sujetos –los maestros- perciban el mundo –de los alumnos- con ciertos esquemas que les sirven para organizar sus prácticas”

 

2)       “determinadas emisiones que consensan construcciones prestigiosas y que se enuncian en variedad de lengua prestigiosa, invisten al agente de prestigio, mientras que otros lo devalúan

 

 

3)       El capital lingüístico es el poder sobre los mecanismos de formación de los precios ling¨´isticos, el poder para hacer que funcionen en su propio provecho las leyes de formación de los precios y así recoger la plusvalía específica”

 

4)       Las situaciones en las que se ejercen las relaciones de dominación ling¨´istica, es decir, las situaciones oficiales, son situaciones en las cuales las relaciones que se establecen realmente, las interacciones, son conformes a las leyes objetivas del mercado.

 

 

5)       Las leyes del mercado ejercen un efecto muy importante de censura en aquellos que sólo pueden hablar en situación de lenguaje espontáneo (es decir, indicando que hay que abdicar por un momento de las exigencias ordinarias) y que están condenados al silencio en las situaciones oficiales, donde están en juego elementos políticos, sociales o culturales”

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