En esta oportunidad, quisiera compartir este análisis sobre uno de mis escritores favoritos, en especial, sobre su cuento "El sueño" (1)
Hay
textos literarios que, al poner en foco diversas nociones literarias, las
cuestionan y, a partir de allí, crean otras. Se podría decir que, dentro de su
intencionalidad estética o desde ella, se erigen como metatextos literarios.
Este
es el caso del cuento “El sueño” de F. Kafka cuyo modo encriptado de ser narrado
(¿desde dónde se cuenta?) posibilita distintas hipótesis de lecturas, entre
ellas, por la que me inclino en este trabajo: “Anticipándose al giro
lingüístico, “Un sueño” de Franz Kafka ya presenta la enunciación como un
proceso vacío”.
En
principio, el cuento pone en jaque la cuestión de la materialidad y rigidez que
supone toda noción o postulado teórico, más específicamente cuando se trata de
un objeto estético como en este caso.
Asimismo,
en todo proceso de enunciación y aún más
en la literatura, la escritura posee tal grado de inestabilidad y se erige sobre
bases tan poco consolidadas, que caemos en la cuenta de la dificultad que
supone preguntarnos por los agentes que este acto implica:
“(…) al poner a funcionar la
lengua, el sujeto se despoja de toda realidad referencial y empírica para
referirse únicamente por la relación pura y vacía en la instancia del discurso” (clase 2, pág. 4).
Por
cierto, la complejidad radica no solo en el hecho de que la persona real que
escribe se desdibuja al utilizar la lengua, sino que también –en un doble juego-
lo hará el autor textual. Entonces, ¿cómo es posible identificar las voces
dentro de un objeto estético que también pone a funcionar la lengua?
En
primer lugar, el relato de Kafka comienza dando cuenta de la realidad endeble
propia del discurso literario cuando coloca al personaje de K. en la complejidad
que supone el discurso propio del sueño. De esta manera, anticipa ya los rasgos
propios del lenguaje literario: lo intrincado y, paradójicamente, lo que lo
hace fascinante:
“K. quiso salir a pasear pero apenas dio dos pasos,
llegó al cementerio. Vio numerosos e intrincados senderos, muy numerosos y nada
prácticos. (…) era como si allí reinara un gran júbilo”
De hecho,
que el personaje se mueva en el terreno del cementerio es significativo ya que
determina connotativamente algo más que el sentimiento de muerte del personaje:
en definitiva, la ausencia o el desdibujamiento de las voces se configuran como
otra muerte dentro del texto, (¿quiénes
hablan?).
Por cierto,
volviendo al tema de la materialidad inestable del texto literario, (el
narrador del cuento señala que “los estandartes flameaban y se entrechocaban
con fuerza”), es claro que, adosado a esta cuestión, aparece el problema de la
identificación de las voces: “no se veía a los portadores de los estandartes”,
señala el narrador.
“(…)
por
la sencilla razón de que la escritura es la destrucción de toda voz, de todo
origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar
nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad,
comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe (Barthes, 1994, p.
65, citado para la clase nª2)
Por
otro lado, otra problemática (y de algún modo relacionada con la anterior)
sería cuál es la identidad del artista ¿Se funde con el objeto creado o se
separa de él?
En
este punto, el cuento plantea el lugar del artista como separado de su objeto
creador, y no como fundido a él, ya que en ejercicio de la escritura tiene un montículo
de tierra de por medio. Dice el narrador:
“Apoyó ese lápiz en la parte superior de la lápida; la
lápida era muy alta; el hombre no necesitaba agacharse, pero si inclinarse
hacia adelante, porque el montículo de tierra (que evidentemente no quería
pisar) lo separaba de la piedra.”
“EL hombre se dispuso nuevamente a escribir, pero no
pudo, algo se lo impedía; dejo caer el lápiz y nuevamente se volvió hacia K.
Esta vez K. lo miró y advirtió que estaba
profundamente perplejo, pero sin poder explicarse el motivo de su perplejidad.
Toda su vivacidad anterior había desaparecido.”
En tanto,
esta situación conlleva, como toda indefinición y búsqueda de una verdad
absoluta, a una inevitable frustración mutua:
“Esto hizo que también K. comenzara a sentirse
perplejo; cambiaban miradas desoladas; había entre ellos algún odioso
malentendido, que ninguno de los dos podía solucionar.”
De
esta manera, podríamos decir que desde el cuento, “lo literario se vincula con
el efecto que una obra produce en quien la recibe” (clase 2). El texto (aquí
simbólicamente la inscripción de la lápida) es aprehendido por Josef K. –y
valorado- por los sentimientos que en él despierta (desde perplejidad hasta
fascinación) y esto viene de la mano con
la “muerte del autor”: cuando el artista aniquila su obra, se corre de lugar y
desaparece.
En
el cuento, “cuando el artista, furioso, dio un puntapié contra la
tumba y la tierra voló por los aires” se desdibuja de manera abrupta y
posibilita que la percepción de K. se
despierte o bien se libere de toda intencionalidad impuesta por un autor real.
Por
último, teniendo en cuenta la dificultad que presupone dilucidar sobre quién
habla en los textos literarios y cómo
esa palabra se crea y se recibe en un momento y situación particulares, me
inclino por la hipótesis de la enunciación como proceso vacío ya que la palabra
es dicha y recepcionada en un contexto en que el enunciador y el enunciatario cambian en la
medida en que son atravesados por el discurso. A tal punto, que es imposible
aprehenderlos.
1) Realicé este trabajo para el Modulo
Didáctica de la Teoría Literaria de la Especialización en Enseñanza de Escritura y Literatura para la
escuela secundaria. Ministerio de Educación y Deportes de la Nación. (2016)
1 comentario:
AGRADABLE.. FELICIDADES
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