jueves, 18 de abril de 2019

Los pichiciegos, de Rodolfo Enrique Fogwill




Rodolfo Enrique Fogwill


 Los pichiciegos 

El texto cautiva. Atrapa por su cuidada verosimilitud y se hace ágil como los aviones de guerra que cruzan el cielo; rasgo  que invita al lector a devorarlo, aun cuando el final sea anunciado.
Por eso cabe decir que su virtud es esa: ser ágil. Incluso cuando las descripciones suspenden al lector y lo demoran, se puede sentir que incluso dichas descripciones - paradójicamente-  son funcionales a ello, como entrar a la lectura galopando.
Y aunque el frío, el hambre y los muertos que dejan la guerra paralicen al lector, el entramado textual en ningún momento  sacrifica ese dinamismo que lo recorre entero. Los  diálogos de los personajes y el léxico son tan verosímiles que hacen parte al lector quien puede sentir que el dolor de ellos es el dolor de todos. A veces, el intercambio verbal entre los personajes es áspero, soez pero necesario en función a dicha verosimilitud
 El narrador pinta ese mundo desde afuera y desde adentro a través del único sobreviviente, anotando, grabando como un instrumento de la memoria, e incluso a su vez estando ajeno a ello; se encuentra allí aunque los que hayan vivido fuesen los otros.
Los pichiciegos conjugan eso, lo que la palabra condensa y resignifica: son pichis, son jóvenes, inexpertos y tienen miedo. Y son ciegos porque están allí abajo, iluminados con linternas, adentro de la tierra, espiando el mundo a través de ese miedo y ciegos también porque para estar en la guerra es mejor no sentir (“ojos que no ven, corazón que no siente).
 Y son ciegos porque sólo vedando la realidad se podía pensar en ganar aquella guerra.

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