Rodolfo Enrique Fogwill
El texto cautiva.
Atrapa por su cuidada verosimilitud y se hace ágil como los aviones de guerra
que cruzan el cielo; rasgo que invita al lector a devorarlo, aun cuando el
final sea anunciado.
Por eso cabe decir
que su virtud es esa: ser ágil. Incluso cuando las descripciones suspenden al
lector y lo demoran, se puede sentir que incluso dichas descripciones - paradójicamente- son funcionales a ello, como entrar a la lectura galopando.
Y aunque el frío,
el hambre y los muertos que dejan la guerra paralicen al lector, el entramado
textual en ningún momento sacrifica ese
dinamismo que lo recorre entero. Los diálogos
de los personajes y el léxico son tan verosímiles que hacen parte al lector quien puede sentir que el dolor de ellos es el dolor de todos. A veces, el
intercambio verbal entre los personajes es áspero, soez pero necesario en
función a dicha verosimilitud
El narrador pinta ese mundo desde afuera y
desde adentro a través del único sobreviviente, anotando, grabando como un
instrumento de la memoria, e incluso a su vez estando ajeno a ello; se encuentra allí aunque los que hayan vivido fuesen
los otros.
Los pichiciegos
conjugan eso, lo que la palabra condensa y resignifica: son pichis, son
jóvenes, inexpertos y tienen miedo. Y son ciegos porque están allí abajo,
iluminados con linternas, adentro de la tierra, espiando el mundo a través de
ese miedo y ciegos también porque para estar en la guerra es mejor no sentir
(“ojos que no ven, corazón que no siente).
Y son ciegos porque sólo vedando la realidad
se podía pensar en ganar aquella guerra.
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